jueves, 20 de octubre de 2011

Ensayo Literario - 1984

Ensayo Literario
Novela  1984, de George Orwell
por Erik Gundel.


                ¿En qué mundo vivimos? Esta es una pregunta sencilla, con una respuesta compleja y amplia, y que a su vez se puede responder partiendo de terrenos diferentes, ya sean el económico, el político, el sociocultural, o cualquier otro que abarque relaciones humanas.
                Ahora bien. Yo personalmente utilizo esta pregunta para dar pie a la tangente y estrecha relación que encuentro entre el mundo en que vivimos y el mundo descripto por George Orwell en su famosa obra 1984.
                Rehagamos la pregunta: “¿En qué mundo vivimos? “. Vivimos en un mundo globalizado. Un mundo interconectado a base de telecomunicaciones y de libre transmisión de información.
                “Libre”. Esta es una palabra que nos agrada, que nos tranquiliza. ¿A quién no le gusta escuchar frases como: Libre expresión, Libre oferta y demanda, Libre desarrollo, Libre poder de decisión..? Sin embargo, para la gente que logra darse cuenta, la libertad es algo de lo que la gran mayoría de la población mundial carece. Es decir, la gente , muchas veces, posee una “Ilusión” de libertad, para así llamarla de algún modo.

¿Por qué digo esto?   Las personas, en marcadas ocasiones,  no son dueñas de sus decisiones, aunque creen que sí lo son. Lo que no ven es el enorme poder que posee la propaganda, gracias a los medios masivos de comunicación y a los profesionales que estudian cómo direccionar  nuestras decisiones y elecciones a la hora de comprar, votar… y a la hora de vivir.
                El ejemplo más claro del poder de la propaganda es el consumismo del que son víctimas
muchos   argentinos. Este se trata de una tendencia (generada) que lleva a la persona a comprar constantemente cosas inútiles y vanidades, por el solo hecho de “Estar a la moda”, o de sentir que lo necesita.
                De todos modos, este consumismo es la cara más visible del poder de la propaganda, y sin embargo, la parte que más nos incumbe en este escrito es la de las propagandas políticas, sociales y gubernamentales que son las que realmente “manejan” a la población. Y es precisamente aquí donde puedo comenzar a establecer la existente relación entre la obra de Orwell y el mundo real.
                Como bien sabemos, en la novela el mundo se halla dividido en tres superpotencias, las cuales poseen frecuentes conflictos territoriales y económicos. La potencia en la que vive nuestro protagonista, Winston, está gobernada por “El Partido”, el cual resulta ser una especie de burocracia con poder absoluto sobre la población. Ahora bien, lo que hace la gran diferencia en este ficticio mundo de novela, son las “telepantallas”. Estos aparatos se ocupan de transmitir y recibir información desde las instituciones del Partido hacia la gente.Como pueden ver, este sistema de pantallas le brinda al Partido un control absoluto sobre la población, ya que a través de las mismas puede enviar órdenes y ver si son cumplidas.
                Bien, ahora volvamos al tema planteado inicialmente: la Propaganda. Como mencioné anteriormente, esta es utilizada en muchos ámbitos aunque ahora solo nos interesa uno: El político. Como muchos se dan cuenta, muchas  de nuestras opiniones sobre temas políticos son de alguna u otra manera generadas y/o modificadas por la Televisión y los diarios; Y lo más extraño es que no solo somos influenciados políticamente en canales políticos, sino que son también las películas y las novelas las que forjan nuestra opinión.
                Analicemos ahora un fragmento del libro que habla sobre los “Dos minutos de odio”, que como veremos se trata de una exageración de la propaganda que se ejerce en el mundo real contra alguien en particular (En este caso, Emmanuel Goldstein): “Un momento después se oyó un espantoso chirrido, como de una monstruosa máquina sin engrasar, ruido que procedía de la gran telepantalla situada al fondo de la habitación. Era un ruido que le hacía rechinar a uno los dientes y que ponía los pelos de punta. Había empezado el odio”. A esta descripción que realiza Winston de la situación podemos sacarle mucho jugo. En  primer lugar, nos permite ver cómo el Partido se ocupa de generar odio sobre alguien que se ha rebelado y que es capaz de conseguir seguidores, agrandando la rebelión.
                                
“Antes de  que el odio hubiera durado treinta segundos, la mitad de los espectadores lanzaban incontenibles exclamaciones de rabia”. Esta frase nos demuestra claramente el poder de influencia que tiene este “Partido” sobre la población. Bastaría pensar en muchas dictaduras y cómo la propaganda aseguraba que todo estaba bien, que crecía la Nación; engaños que salieron a la luz cuando la Democracia triunfó.
Ahora podemos dar paso a otro tema muy importante a tratar, y es el de la propaganda bélica. Sabemos que actualmente, cuando nos hallamos en guerra con algún país, vemos constantemente en la televisión programas en los que discuten sobre el conflicto, argumentan, nos muestran videos, y así, de alguna u otra manera, nos generan una opinión sobre el conflicto (Esta puede ser: el odio hacia el bando enemigo, el creer que estamos ganando o el creer que estamos perdiendo, entre otras opiniones). Un ejemplo muy claro del mundo real es el de la Guerra de Malvinas, en la cual en el frente de batalla los soldados se hallaban perdiendo, y a la gente se le transmitía por televisión y por los diarios que íbamos ganando. Ahora analicemos la situación bélica en el libro.
Hasta cierto punto en la novela, el Partido parece hallarse en guerra con Oceanía. De este modo, se realiza una constante propaganda en contra de este continente, y a su vez, se realizan preparativos para la “Semana del Odio”, la cual se trata de un conjunto de manifestaciones bélicas realizadas en las calles, con videos, canciones, banderas y espectáculos desprestigiando al enemigo, en este caso, Oceanía. Aquí podemos ver nuevamente el poder de la Propaganda que se ejerce sobre la población. Pero gracias a la ocurrencia de otro hecho muy importante, podemos ver la velocidad con la que el Partido puede cambiar drásticamente la opinión de toda la población. Durante esta Semana del Odio, ocurre algo inesperado: de repente, El Partido “cambia” de enemigo y este pasa a ser Eurasia, en vez de Oceanía. El hecho de aceptar este cambio le lleva a la población no más de un día, y es por eso que esto nos demuestra el poder de la propaganda bélica sobre la opinión popular.

La siguiente frase extraída  del libro corrobora todo y le da un perfecto cierre al ensayo: “Por primera vez en la historia existía la posibilidad de forzar a los gobernados, no solo a una completa obediencia a la voluntad del estado, sino a la completa uniformidad de opinión.
                FIN

miércoles, 19 de octubre de 2011

Para seguir leyendo...

Biografía de Julio Cortázar


Realizada por: Toro, Yamila- Istilliarte, Alexis- Pirola,  Micaela
-Correa, Tomás- Ortiz, Facundo- Caso, Micaela


Julio Cortázar nació en Bruselas, Bélgica, en el año 1914. Es un célebre escritor, hijo de padres argentinos, Julio José Cortázar y María Herminia Scott. La familia se instala en Suiza en el año 1916 esperando la finalización de la Primera Guerra Mundial. Dos años después, migra a la Argentina y se situó en Banfield, provincia de Buenos Aires.

Con solo nueve años, comienza a escribir obras literarias y poemas. En 1938 publica el libro de sonetos Presencia bajo el seudónimo Julio Denis, un año después aparece la obra dramática Los Reyes y en 1951 presenta la serie de relatos breves Bestiario. Sus relatos se encuentran entre lo fantástico sin dejar de lado la realidad, ya que se valió del surrealismo. Dicha corriente (el surrealismo) la descubre cuando, en 1932, halla un libro de Jean Cocteau, Opio, y gracias a éste, cambia su manera de ver la literatura. En sus cuentos se puede ver cómo lo real y cotidiano se rompe cuando aparece la realidad fantástica. Esto se evidencia claramente en su cuento El perseguidor donde Cortázar comienza a mirar al hombre mismo, al género humano, dejando de lado la invención. “En este cuento se aborda un problema de tipo existencial, de tipo humano” dice Cortázar.

En el año 1944, se instala en la ciudad de Cuyo, provincia de Mendoza, donde, en la Universidad, dicta cursos de Literatura Francesa. En el mismo año, forma parte de manifestaciones oponiéndose al peronismo; fuerza política que intervino en las Universidades, por lo que en 1945 renuncia al trabajo, y regresa a Buenos Aires para trabajar en la Cámara Argentina del Libro.

Cortázar es uno de los máximos transformadores de la lengua castellana, cuya literatura cuestiona la razón y el pensamiento, e intenta formular la existencia en el mundo. El quiebre en el tiempo y el espacio, las apariciones y hechos sobrenaturales y extraños, emergen en la realidad cotidiana causando una incertidumbre en el lector. La dualidad entre lo fantástico y lo real hacen que el lector participe aceptando las reglas del mundo narrativo, por lo tanto, lo fantástico se da por la vacilación producida en la persona que disfruta de la lectura. Esto que plantea Cortázar se puede ver reflejado en novelas como Rayuela (1963) y en cuentos como Casa tomada (1946) (el cual fue publicado en la revista cultural Los Ananes de Buenos Aires gracias a su director Jorge Luis Borges), Las babas del diablo y El perseguidor. Entre otras obras están Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Los premios (1960), Historias de cronopios y de famas (1962), Todos los fuegos el fuego (1966), 62/Modelo para armar (1968), Libro de Manuel (1973) y Octaedro (1974).

Cortázar fue uno de los protagonistas del boom de la literatura hispanoamericana haciéndose reconocido internacionalmente. Además de su pasión por el arte de la literatura, tenía una gran preocupación por el estado de los pueblos marginados y un acercamiento a la izquierda política.

En el año 195, 1 obtiene una beca y viaja a Francia para luego instalarse allí y trabajar como traductor público de inglés y francés y como escritor de la UNESCO. Dicho título de traductor lo obtiene en el año 1948. Este estudio lo realiza en solo tres meses, lo que generalmente lleva tres años. Este gran esfuerzo termina en síntomas neuróticos.

En el año 1961, viaja a Cuba. Con esta experiencia, se da cuenta que debe leer, informarse más, entender aún muchos fenómenos. Con la Revolución Cubana, algunos intelectuales y políticos de izquierda cumplen sus sueños, otros en cambio se decepcionan del régimen castrista o al contrario, como Cortázar, siguen apoyándolo.

En el año 1967, se publica La vuelta al día en ochenta mundos con la que Cortázar hace un homenaje al escritor Julio Verne.

En 1970 , se traslada a Chile, con el objetivo estar presente en el ascenso del presidente Salvador Allende En 1976 va a Nicaragua apoyando el movimiento sandinista.

Cortázar fue un gran defensor de los derechos humanos y un integrante y propulsor del Tribunal Russell. Por este compromiso escribió artículos y libros como Dossier Chile: el libro negro, en el cual se declaran los abusos del régimen del general Pinochet, y Nicaragua, tan violentamente dulce, que es una evidencia que dejó del movimiento sandinista que se levantó en contra de la dictadura de Somoza. En este último se encuentran el cuento Apocalipsis en Solentiname y el poema Noticias para viajeros.

En el año 1981 opta por la nacionalidad francesa la cual le es otorgada por el presidente del gobierno socialista François Mitterrand, pero sigue teniendo la argentina. En 1982 fallece su esposa Carol Dunlop, por lo que al año siguiente aparece el libro Los autonautas de la cosmopita, donde narra un viaje de treinta y tres días entre París y Marsella. Luego va hacia Buenos Aires a ver a su madre después de la caída de la dictadura y el ascenso de Raúl Alfonsín.

Finalmente, muere de leucemia, en Francia, el 12 de febrero de 1984, y luego es enterrado en Montparnasse junto a su esposa Carol Dunlop. Luego de su fallecimiento, se crea una colección con sus obras completas llamada Biblioteca Cortázar.

Bibliografía

Calero, S. (2008). Lengua y Literatura para pensar. Buenos Aires: Kapelusz.

Daszuk S.- Romana C. (2008). Antología Literaria. Buenos Aires: Kapelusz.

Documentos electrónicos:

Tamaro E. (2004-2011). Biografías y vidas. Consultado el 14-09-11, en www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cortazar.htm

Ortega F. R. (2009). Solo Literatura. Consultado el 14-09-11, en www.sololiteratura.com/cor/biografias.htm

Links recomendados:

www.juliocortazar.com.ar/cuentos/inllorar.html

www.juliocortazar.com.ar/cuentos/escalera.html

Ciencia Ficción

Les sugiero que lean el ensayo sobre esta temática que aparece en:

http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op00842.htm

Cosmovisión Fantástica

¿Qué significa el término

“ fantástico” ?

Texto explicativo producido por: Ayrton Carly, Agustina Latorre e Ignacio López Vercesi

El término “fantástico” ha sido usado para englobar producciones literarias bien diversas como las leyendas folclóricas, los relatos de terror, de fantasmas y de ciencia ficción, entre otros. Pero ¿Cómo definir con precisión lo fantástico?


Un cuento no necesariamente es fantástico porque se produzca en él un simple hecho irreal, como podría ser un animal que habla. Esto simplemente se asume y se continúa la lectura, teniendo en cuenta que la historia transcurre en un mundo donde dicho animal tiene la facultad de hablar.


En el relato fantástico, en cambio,  los hechos irreales no tienen justificación alguna. No existe una certeza sobre lo que está ocurriendo, el lector necesita explicaciones y estas no son provistas por el relato. Como lo afirma Tzvetan Todorov: "la ambigüedad subsiste hasta el fin de la aventura: ¿realidad o sueño? ¿Verdad o ficción?"


Todorov también sostiene que el cuento será fantástico mientras dure la vacilación del lector, pero éste, al finalizar la lectura, inevitablemente tomará una decisión. Si el lector niega que los hechos sucedidos sean irreales, y pretende enmarcarlos dentro de lo posible, la obra pertenece al género extraño. Si el lector asume que es necesario renunciar a la lógica, es decir, acepta que los hechos del relato transcurren en un universo distinto y con otras leyes, el relato es maravilloso. Si bien esto es lo que expresa Todorov, depende además de la valoración personal del lector: puede no arribarse a una conclusión porque, como se dijo anteriormente, el relato fantástico no provee todas las explicaciones que el lector necesita para tomar una decisión firme y segura sobre lo que ocurre.


Para la crítica inglesa, Rosemary Jackson, el relato fantástico implica apertura, movilidad y ruptura, ya que disloca, desestabiliza y rechaza lo establecido. Y sostiene que la cosmovisión fantástica no se sitúa en una realidad sobrenatural sino en la entraña del propio hombre, en el interior de su mundo.


Características del relato fantástico moderno:  


  •  Pueden distinguirse dos clases de temáticas según la alteridad (lo diferente, lo que desestabiliza):
-  Cuando radica en el propio individuo.


- Cuando viene propiciada por agentes externos al sujeto


  • La literatura maravillosa se escapa de lo real,  la fantástica se recombina e invierte lo real. Lo central es poner en duda todas las pautas culturales.


  • Aparece la otredad como conflicto. Al cuestionar y problematizar las forma de percibir la realidad, se instaura la otredad: desborda, altera, rompe los límites entre las diferentes áreas de la experiencia. Surge otra realidad que no es la del sentido común, pero tampoco la sobrenatural. Se hace presente lo ausente, se habla lo indecible, se quiebran los marcos con los que ordenamos nuestra experiencia en el mundo para comprenderlo


  •  Lo fantástico nace como una reacción antirracionalista en el siglo XIX y evoluciona desde el XX, hacia el cuestionamiento del orden de la cultura occidental.













JULIO CORTÁZAR Y LA LITERATURA FANTÁSTICA






(Bruselas, 1914 - París, 1984)


Escritor argentino; hijo de padres argentinos. A los cuatro años, Julio Cortázar se desplazó con ellos a Argentina, para radicarse en la provincia andina de Mendoza.


Tras completar sus estudios primarios, siguió los de magisterio y letras. Durante cinco años fue maestro rural. Vivió, más tarde, en Buenos Aires, y en 1951 viajó a París con una beca. Concluida ésta, su trabajo como traductor de la Unesco le permitió afincarse definitivamente en la capital francesa.


Por entonces, Julio Cortázar ya había publicado en Buenos Aires el poemario Presencia con el seudónimo de «Julio Denis», el poema dramático "Los reyes" y la primera de sus series de relatos breves, "Bestiario", en la que se advierte la profunda influencia de Jorge Luis Borges.










La literatura de Cortázar parte del cuestionamiento vital, cercano a los planteamientos existencialistas, en obras de marcado carácter experimental, que lo convierten en uno de los mayores innovadores de la lengua y la narrativa en lengua castellana. Como en Borges, sus relatos ahondan en lo fantástico, aunque sin abandonar por ello el referente de la realidad cotidiana, por lo que sus obras tienen siempre una deuda abierta con el surrealismo.


Para Cortázar, la realidad inmediata significa una vía de acceso a otros registros de lo real, donde la plenitud de la vida alcanza múltiples formulaciones. De ahí que su narrativa constituya un permanente cuestionamiento de la razón y de los esquemas convencionales de pensamiento.


El instinto, el azar, el goce de los sentidos, el humor y el juego terminan por identificarse con la escritura, que es a su vez la formulación del existir en el mundo. Las rupturas de los órdenes cronológico y espacial sacan al lector de su punto de vista convencional, proponiéndole diferentes posibilidades de participación, de modo que el acto de la lectura es llamado a completar el universo narrativo.


Se afirma que Cortázar tiene una visión extrañada del mundo. Se llama “extrañamiento” al fenómeno de volver extraños los objetos y la cotidianeidad. Lo fantástico se convierte, más que en la aparición de una nueva realidad, en el replanteo de los hechos y acciones cotidianas desde una nueva perspectiva que permite no huir de lo real, sino percibirlo y comprenderlo de otra manera. Para esto recurre muchas veces a alterar algunas de las conocidas dualidades, cuestionando los límites entre: pasado/presente, acá/allá, yo/otro, sueño/vigilia, realidad/ficción.


Cortázar elaboró una “literatura de pasajes”: los personajes de sus relatos van de un mundo a otro o de un tiempo a otro distinto y sus textos tematizan las consecuencias de ese pasaje entre espacios que la percepción habitual mantiene separados. Otro recurso empleado es la elipsis, que consiste en omitir ciertos datos, lo cual conduce a infinidad de interpretaciones del relato.


Tales características alcanzaron sus más acabadas expresiones en las novelas, especialmente en Rayuela, considerada una de las obras fundamentales de la literatura de legua castellana, y en sus cuentos, entre ellos "Casa tomada", "Las babas del diablo" y "El perseguidor".


Julio Cortázar se convirtió en una de las principales figuras de la literatura hispanoamericana. A su sensibilidad artística sumó su preocupación social, identificándose con los pueblos marginados y los movimientos de izquierda. Intervino en la defensa e los derechos humanos.


Como parte de este compromiso escribió numerosos artículos y libros, entre ellos "Dossier Chile", sobre los excesos del régimen de Pinochet, y "Nicaragua, tan violentamente dulce", testimonio de la lucha sandinista contra la dictadura de Somoza.


Tres años antes de morir adoptó la nacionalidad francesa, sin renunciar a la argentina.


De los cuentos leídos de Cortázar recomendamos "La noche boca arriba" en el cual se describen dos historias simultáneas que alternan en dos planos temporo-espaciales. A través del dormir y la vigilia, se vinculan el México azteca y una ciudad contemporánea al lector. Esta situación confunde al lector que no descubre la verdad hasta el final del cuento.


En este cuento se muestran todos los mecanismos de lo fantástico y también su tono de protesta sobre la lucha social indígena.














domingo, 2 de octubre de 2011

HISTORIA DE FICCIÓN BASADA EN LAS ANÉCDOTAS DE NUESTROS ABUELOS

Los inmigrantes
AUTORES:
   Arce, Camila.
   Jara, Evelin.
   Lopez Bassano, Fernando.
   Mazzeo, Anabella.
   Scelzi, Rocío.
   Seoane, Wendy.



     Era una noche fría y lúgubre en Sicilia. Gélidas y negras nubes se asomaban sobre el horizonte, acarreando con ellas un manto de sombra, que se extendía a gran velocidad sobre el verde paisaje. Merodear entre la sombra a aquellas horas de la noche no era una ocupación muy gratificante, pero servía para distraerse de las actividades, del trabajo, y sobre todo, del hambre.
     Hacía una hora que estaba sentada allí, caminando de un lado a otro, a las orilas del Río Alcántara, pensando qué pasaría. Hacía pocos meses que mi padre había regresado de la Guerra. La Segunda guerra, según había oído de la boca de mi madre, aunque nunca había escuchado hablar de una Primera.
     Por suerte la Segunda Guerra ya había terminado, y mi padre estaba de regreso en casa vivo, sano y salvo. En aquel momento consideré eso una bendición muy grande. Había escuchado de muchas personas que habían regresado sin un brazo, o sin una pierna, o peor aún, no habían regresado nunca, y sus cuerpos no habían sido encontrados. Siempre he considerado a la guerra como la peor plaga que ha azotado a la humanidad, capaz de destruir religiones, naciones, familias; el peor de todos los males.
     Hacía mucho frío, y la penumbra se había adueñado de las orillas del Río, por lo que decidí regresar a casa, tal vez tendría suerte y mi madre habría cocinado algo. Comencé a caminar hacia la casa, cruzando la espesa niebla que cubría la ciudad aquella noche, hasta llegar a la seguridad de mi hogar.

     Encontré a mi madre en la cocina, sentada a la mesa con la cabeza gacha, como si estuviera llorando, pero al cabo de unos segundos de minuciosa inspección me dí cuenta de que, en realidad, estaba escribiendo una carta. Era algo inusual en mi madre escribir, por lo que me pregunté a quién iría dirigida la carta, no teníamos familia, o al menos que yo conociera. El único hermano de mi madre, Aurelio, había muerto en la Guerra, destrozado por una mina. Solo se encontró uno de los brazos de Aurelio, lo que no fue suficiente para saber con certeza que el brazo le pertenecía, pero al abrir sus fríos y engarrotados dedos se dio a conocer un resplandeciente reloj de oro, que llevaba en su interior una foto de mi abuela. Con eso había desaparecido el último pariente que teníamos.


     Mi madre siguió escribiendo, sin levantar la cabeza más que para mojar la pluma en el tintero, y hasta no haber terminado la carta no se percató de que la estaba observando. Al verme dio un respingo, se paró y se limpió las manos sudadas en el delantal que traía puesto, acariciando suavemente su prominente panza de embarazada.
     -Hija- Me dijo dubitativa mientras caminaba hacia la cocina- No te había visto. La cena ya está lista.
     Tuve que contener las ganas de preguntar qué había preparado para cenar, ya que en ese momento era otro el pensamiento que ocupaba mi mente.
     -¿A quién le escribes?- Pregunté, fingiendo naturalidad, cuando en realidad me mataba la intriga.
     -Eso no te incumbe- Me respondió con tono severo- Pero aún así te lo diré, de todos modos te enterarías muy pronto. Con tu padre hemos decidido mudarnos a Argentina, así que le escribí una carta a su primo, Cecilio, para pedirle hospedaje.
     -¿A Argentina? Pensé que no teníamos más parientes, desde que murió el tío Aurelio. -No lograba concretar mis pensamientos, no quería venir a vivir a Argentina, y mucho menos a hospedarme en la casa de unos extraños, por más que fueran mis familiares, nunca los había visto, y no los conocía.
     -No, tu padre aún tiene primos en Argentina- aseveró-. Se fueron a vivir allá hace muchos años, a una ciudad del centro del país, Olavarría –realizó una pausa, que se me antojó interminable-. Esto ya no puede seguir, Luisa –siguió  quejándose. Y sí que tenía razones para hacerlo-; la miseria no había sido gran problema hasta hace poco, pero no puedo traer a este hijo al medio de tanta pobreza. Tú y tus cinco hermanos pueden soportarlo por un tiempo, ya tienen edad suficiente, pero no el bebé. Ni siquiera tenemos espacio en dónde ponerlo.


Luisa con sus padres. En su casa en Sicilia.

     Eso era cierto, casi no entrábamos en la casa, y con la llegada de mi padre, el espacio se había reducido considerablemente. Nunca había pensado en el bebé en tal aspecto. Dónde lo pondríamos cuando naciera y cómo se llamaría no eran temas de discusión. Pensaba que eso ya estaba decidido y arreglado, pero al parecer no era así.
     -Mañana irás al centro y mandarás la carta. Esta es la cuarta que envío a Argentina, Luisa, ya todo está decidido, en cinco días partiremos hacia allá.
     No sabía qué decir, no quería alejarme de mi ciudad, de mis amigos, pero al parecer la decición ya estaba tomada. Solo pude proferir la pregunta más tonta que llegó a mi mente en ese momento.
     -¿Iremos en barco?
     -Claro, Luis a–se mofó mi madre-, ¿O acaso se te ocurre alguna otra manera de cruzar el océano? –hizo una pausa antes de seguir explicando- Llegaremos a Buenos Aires, al puerto, y una vez allí tomaremos el tren que nos llevará a Olavarría.
     Siempre había querido viajar en barco, pero nunca pensé que lo haría para desprenderme de todo lo que conocía y quería. Aún quedaba una pregunta por hacer.
     -¿Y cómo conseguiremos los boletos para viajar? No tenemos dinero ni para comer.
     -No digas eso, Luisa, que nunca te ha faltado la comida en el plato. Las cosas siempre fueron difíciles, y ahora están peores que nunca. Cecilio me envío algún dinero para pagar los boletos, pero no alcanza para pagarlos todos, solo tres. No es demasiado, pero es algo.
     De más estaba decír que no alcanzaba el dinero, en la familia éramos siete.
     -Así que tendremos que vender muchas cosas de las que tenemos- siguió mi madre- La mayoría, diría yo. De todos modos, no podríamos llevar todo en el barco, son muchos los muebles que tenemos, y que  una vez allá no vamos a necesitar.

Luisa con su padre, poco después de que él regresara de la Guerra.

     En ese momento pensé en todas las cosas de las que nos desprenderíamos para emprender ese viaje.  Todos los muebles, la casa, no era mucho, pero la mayoría de las cosas eran parte de la familia, y habían pertenecido a mis antepasados, el escritorio de mi abuelo, el espejo de plata de mi abuela, el reloj de oro de mi tío.
    El reloj...
    No pude evitar darme cuenta de que no quería que lo vendiesen, era el único recuerdo que quedaba de mi tío Aurelio. Quise seguir pensando en mi tío y en las posesiones de las cuales me tendría que desprender muy pronto, pero un sonido acalló mi meditación, el ruido de mi estómago, el ruido del hambre.
     Mi estómago se retorcía dentro de mí, gemía como no recordaba haberlo oido antes, pidiendo desesperado algo de comida.
     -¿Qué has preparado para cenar?- Le pregunté a mi madre, que se encontraba revolviendo fervientemente el contenido de una olla, como intentando acallar pensamientos no deseados que acudían a su mente sin ser llamados. Mi pregunta no la sacó de su lúcida ensoñación, por lo que me vi obligado a repetirla.
    -Sopa- dijo sin darse vuelta, y sin parar de revolver.
    -Igual que ayer- repliqué sin ánimo. Ya me estaba cansando de comer sopa. Está bien que es excelente para convatir el frío, pero tampoco para tomarla todas las noches.
     -Si, igual que ayer, y que antes de ayer también, Luisa. Yo también estoy cansada de comer sopa, y tallarines, y arroz, pero es lo que hay. Ya vendrán tiempos mejores. Tu padre trabaja ímprobamente para mejorar las cosas, pero cada vez están más difíciles. La crisis nos ha afectado mucho, hija, pero por lo menos estamos todos juntos. No sé si recuerdas cuando tu padre estaba en la guerra, eso era mucho peor.
     -Es cierto, lo siento- Expresé cuando en realidad no lo sentía, mientras bajaba un poco la cabeza en señal de arrepentimiento.
     -Ahora llama a tu padre y a tus hermanos, que vengan a comer de una vez, que la sopa se enfría.
     Eso mismo hice. No encontré a mi padre en la casa, así que agarré el candil que estaba sobre la mesa y salí al patio. Allí estaba, hachando leña. Ese invierno fue muy frío, uno de los más fríos que logro recordar, así que necesitábamos mucha leña, para calentar la casa. Cuando mi padre se dio cuenta de que lo estaba observando, agarró los pedazos de leña que había hachado y salío del manto de oscuridad en el que estaba inmerso. No teníamos luz, así que utilizabamos velas para iluminarnos.
     -Entra, pá- Le dije aunque él ya estaba caminando hacia la casa- La cena ya está lista.
     -Ya era hora- Respondió exhausto.- ¿Qué es lo que ha preparado tu madre?
     -Sopa
     Pude leer en su en su expresión los mismos pensamientos que yo había tenido, y que había expresado a mi madre. “Otra vez sopa”

Luisa, en su casa en Sicilia.

     Entramos. La diferencia de temperatura entre el exterior y el interior de la casa era casi inexistente, y si había alguno, era porque adentro hacía más frío que afuera. El techo de chapa enfríaba mucho el ambiente, y el hecho de que no estuviera perfectamente agarrado a la pared empeoraba inmensamente la situación. Se tardaba mucho en calentar la casa con simple leña, y lo peor era que mi padre esperaba hasta esas horas de la noche para salir a hachar.
     Una vez que mis cuatro hermanos hubieron llegado, la cena comenzó. Y así como había empezado terminó. Las comidas eran muy rápidas, y las raciones, más que escasas.
     Todos nos fuimos a la cama, casi corriendo, para no detenernos a pensar en que nos habíamos quedado con ganas de seguir comiendo.
     La noche pasó rápidamente, y amaneció. Uno de los últimos días que pasaría en mi hogar había comenzado.
     El día estaba gris, corrí las cortinas y pude apreciar el lóbrego paisaje, que pronto no volvería a ver. Caminé con pasos dubitativos y soñolientos hacia la cocina, donde mi madre ya tenía listo el desayuno. Tratando de mantener los ojos abiertos, la saludé y me senté a la mesa. Tenía en frente de mi una taza de té, y dos tostadas con manteca. Llevé la taza a mis labios, mientras observaba a mi madre.
     Caminaba de un lado al otro, impaciente, sosegada, seguramente pensando en los inexorables hechos que el destino nos tenía reservados. Ella, al igual que yo había nacido en esa casa, que perteneció algún día a sus padres. Yo sabía que no quería desprenderse del único lugar al que podíamos llamar hogar, pero al parecer no había otra opción.
     Terminé de desayunar. El silencio inundaba la sala, interrumpido únicamente por el constante y mecánico sonido del reloj. Tic, tac. El sonido del tiempo parecía hacerse cada vez más lento, menos rígido. No pude evitar mover la cabeza para mirar qué hora era. Las diez de la mañana.

Luisa con su padre y su madre, poco antes de partir hacia Argentina. La madre muestra su panza de embarazada.

     Esa tarde el frío no azotó la ciudad, pero una helada brisa acariciaba al pueblo, y los árboles bailaban al compás del viento, acompañados por aquel movimiento ondulatorio tan característico en el agua del río. Allí era donde pasaba la mayor parte de las tardes, vagando en las orillas del río, observando el revoloteo de las aves bajo un manto oscuro y gélido de negras nubes. También solía acompañar a mi madre en la casa, escuchando la radio -una novedad en esa época- mientras mi padre trabajaba. No estaba enterado cuál era el trabajo de mi padre, eran temas que casi nunca se discutían en la familia. La comunicación con mi padre era escasa y deficiente, pero con mi madre nos llevabamos más que bien.
     La tarde terminó rápido, y la noche llegó precozmente. El tiempo comenzó a fluir con más dinamismo, y la inexorable partida se acercaba. La casa se veía cada vez más vacía y triste a medida que iban vendiendo las cosas. Los espacios polvorientos reultantes de la partida de las posesiones de mi familia invocaban recuerdos preciosos, de mi niñez, aquella época en que todo era más fácil, cuando la realidad se confundía con la imaginación y la razón con la inocencia y la incredulidad.
     Ese era el último día en nuestro hogar,la mañana siguiente partiríamos.
    
     A primera hora, nos levantamos y salimos de la casa apresurados, acarreando las pocas valijas, viejas y harapientas que nos habían quedado. Comenzamos a caminar, a los pocos pasos, miré hacia atras, vi la casa a través de las lagrimas, y me despedí.
     El puerto no estaba demasiado lejos, así que llegamos rápido. Enormes barcos se elevaban ante nosotros, y a lo lejos de oía el sonido de los barcos que ya habían zarpado hacia nuevas tierras, repletas de posibilidades, y felicidad.

Descenso del tren, en el puerto de Buenos Aires.
    
     Compramos el boleto y subimos al barco. Estaba repleto, las personas se amontonaban insalubremente una sobre la otra. Tal vez era otra la expectativa que había tenido de mi primer viaje en barco. Mientras miraba a una mujer que estaba en el suelo, tapada con una manta, al parecer descansando, el barco zarpó. No me imaginaba lo que podría deparar el largo viaje a nuestro nuevo hogar. Logramos instalarnos en un pequeño lugar entre una mujer que daba de mamar a su hijo recién nacido y un hombre viejo con barba blanca y saco marrón claro. Nos sentamos en el piso, puesto que no se habían dispuesto sillas, ni nada por el estilo para aminorar la incomodidad del viaje. Aún así, me tiré sobre una manta que mi madre había tendido sobre la helada madera y me quedé dormida. Cuando desperté, ya estaba oscureciendo.
     Estaba aburrida, así que decidí ir a dar una vuelta al rededor del barco. Cada vez que miraba hacia algún lado, alguien estaba tirado en el piso, sentado, o incluso algunos acostados sobre el suelo, tosiendo, o mirando inertes e inexpresivos el cielo. Al notar mi evidente reacción de sorpresa ante esta infausta situación, un hombre se acercó a mi. Era el hombre viejo con el harapiento traje marrón claro. Era alto, y fornido. Caminó lentamente hacia mí, casi con aire acechante, con las manos en los bolsillos, sin pensar en el hecho de que sus manos se veían a través de la tela de todos modos.
    -Pobre gente- Dijo por fin- Es la fiebre amarilla, ha estado azotando a la tripulación de este barco.
    -¿Fiebre amarilla?- Pregunté. Nunca había oido hablar de nada igual.
    -Sí, ataca sobre todo a los niños pequeños y a las embarazadas. Es por la insalubridad de este barco.
    -¿Qué le pasa a estas personas por la fiebre amarilla? –quise saber.
     -Mueren, tan simple como eso. Es inútil luchar, una vez que ya se han infectado, no hay esperanzas de que sobrevivan. Si se han puesto amarillos, efectivamente morirán.
     La conversación no duró mucho con el hombre del saco marrón, me contó que se dirigía a San Luis, una provincia argentina, donde tenía sus hijos, y sin poder desterrar de mis pensamientos a la fiebre amarilla, le conté mi historia. Luego, me alejé.
     Las horas pasaban, cada vez más lentas, y los días como si fueran meses. Cada día había más gente en el suelo, con su típica expresión amarillenta en el rostro, vomitando, tosiendo, agonizando . Todos los días se arrojaban al agua decenas de cuerpos sin vida a la espesura del océano. Nunca había visto algo de esa índole, sin embargo no lograba importarme. Las largas noches durmiendo sobre la gélida madera cubierta por la manta de mi madre me habían afectado bastante. Ya no daba importancia a nada de lo que acontaciera en aquel condenado barco, hasta que mi madre enfermó.
     Con el correr de los días, su piel se ponía pálida, para luego convertirse en amarilla. Solo entonces logré comprender el origen del nombre de aquella enfermedad. Mi madre ya no hablaba, solo se acostaba en el piso, y dormía. Esporádicamente se levantaba para vomitar lo poco que había logrado comer. Era una más de los condenados. Yo lo sabía, mi madre iba a morir, y con ella, se iría mi hermano. Su cuerpo iría a parar al mar, era obvio. No se podría conservar en el barco un cadaver durante todo el tiempo que restaba de viaje. No volvería a verla.
    
     -Prométeme algo, Luisa- Dijo mi madre casi sin voz.
     Yo asentí con un movimiento de cabeza, no lograba articular una sola palabra, el frío no me lo permitía.
     -Prométeme que cuidarás a tus hermanos y les darás lo que tu padre y yo nunca pudimos.
     -Te lo prometo- Le respondí, llorando.

     Eso fue lo último que logró decir mi madre, luego, sus ojos se cerraron, y el brillo se apagó, como la llama de una vela a la intemperie, bajo ese abrumador frío que nos había abrigado ya por seis noches. No volví a verla, a oírla, ni a sentirla. La fiebre se había llevado su risa, y la inmensidad del mar había recibido su cuerpo sin vida.
     Llegamos a Buenos Aires luego de dos noches más, devastados por la muerte de mi madre, y de mi hermano. El puerto se veía a lo lejos, casi desierto, mientras el barco recorría los últimos metros que faltaban por el Río de la Plata. Por fin se detuvo, y bajamos.
     Caminamos hasta la estación del tren que nos llevaría a nuestro destino final; Olavarría. El viaje fue mucho mejor que el que habíamos realizado en el barco. No había personas agonizantes en el suelo, y teníamos dónde sentarnos. Dormí durante parte del viaje, acomodándome como pude en una de las sillas viejas y desvensijadas. Cuando desperté, ya estabamos cerca de arrivar. Solo media hora más hizo falta para que estuvieramos en Olavarría. Cuando el tren detuvo su imponente marcha, bajamos. 

Descenso del tren, en Olavarría.

     Mi padre casi no había hablado desde la fatídica tarde en la que mi madre perdió la vida, pero por primera vez, se las arregló para articular una frase.
     -Vengan, vamos a lo de Cecilio.
     Caminamos por dos horas hasta llegar a la casa de mi tío. No era en realidad mi tío, pero me gustaba llamarlo así, nunca había tenído un tío, y era divertido tener uno por primera vez.
     Se encontraba en el campo, debimos pasar varios kilómetros de caminos desiertos y abandonados, para llegar a la casa de Cecilio. Era una casa bastante chica, rodeada de verdes terrenos, rebosantes de vida y color.
     Cecilio nos estaba esperando en la puerta, mientras miraba con extrañeza el espacio vacío entre mi padre y yo, donde debería haber estado mi madre.
     -Pensé que vendrías con tu esposa, Juan- Fue lo primero que dijo.
     -Ella murió- Le respondió mi padre consternado.
     Nos miró a todos, y nos dedicó una sonrisa un tanto torcida, a modo de bienvenida y de pésame al mismo tiempo.
     -Pasen, ya he preparado todo.
     -Gracias- Dijo mi padre y por fin entramos a la casa.
     Entramos en la casa, y desempacamos. Dormir, era lo único que ansiaba fervientemente, y así lo hice. Desperté algunas horas más tarde, alterada. Había soñado con mi madre.
    
     Mi tío se dedicaba a la agricultura, sembrando hortalizas en la pequeña huerta que se encontraba atrás de la casa. Trbajabamos ímprobamente para ayudarlo.
     -Debemos ganarnos la estadía y la amabilidad de Cecilio- solía decir mi padre.
     Tal vez era cierto, pero el trabajo nos estaba consumiendo.
     La huerta creció mucho con nuestra llegada, y las cosas estaban mejor que en nuestra antigua casa, pero para ello trabajamos durante día y noche por cinco años, bajo el abrumador sol del verano y los gélidos inviernos. Sembrabamos desde zanahorias hasta pepinos y ajos. Pasabamos tardes enteras en esa huerta, cabando, sembrando, regando, y cosechando. Mi tío se encargaba de venderlas, aunque nunca supe con certeza cuál era su papel en el negocio de las hortalizas. Supuse que se encargaba de venderlas a los comerciantes minoristas. Alguien debía hacerlo, y mi padre no lo hacía.

La granja de hortalizas de Cecilio, una vez que Luisa y su familia comenzaron a trabajar en ella.

     Muchas veces tomabamos un descanso  a mitad de la tarde, saliendo a caminar por los alrededores. Era muy extraño encontrar a alguna persona rondar por el lugar, ya que ninguna casa estaba situada a menos de un kilometro de distancia de la granja. Aún así, un día mientras caminaba, encontré en el camino un bello joven, que parecía estar haciendo lo mismo que yo. Llevaba puesto un par de pantalones vaqueros, bajo el cual escondía los extremos de su americana verde, que llevaba arremangada hasta los codos. Ma ecerqué a el.
     -Buenas tardes- Le dije limpiándome las manos manchadas de tierra y sudor en el delantal que usaba en la granja.
     -Hola- Respondió sonriendo, con un leve acento campirano. Evidentemente él tampoco estaba acostumbrado a ver mucha gente por allí.
     -Soy Luisa- Me presenté, tendiéndole mi mano.
     -Un gusto. -Dijo el, estrechándola- Soy Abel.
     La conversación fluyó rápidamente, sin saber que estaba hablando con la persona que me acompañaría el resto de mi vida. Decidimos ir a la granja a tomar mates. Aún no me acostumbraba demasiado a esa bebida tradicional argentina. Seguía prefiriendo el té, que tanto me recordaba a las mañanas que pasaba junto a mi madre, mirándola zurcir.
     Día a día, Abel y yo pasabamos más tiempo juntos, en la granja, o en su casa que se encontraba a poco más de un kilómetro. Con los años, nos enamoramos, y decidimos casarnos. Debíamos ahorrar dinero para comprar una casa e independizarnos de mi tío. Para ese entonces yo ya tenía la edad suficiente como para desligarme de mi padre y crear mi propia familia, pero no teníamos mucho dinero, solo el que había juntado luego de tantos años de arduo trabajo en el cultivo de las hortalizas.
     Con la ayuda de mi padre y de la madre de Abel, pudimos ahorrar el dinero necesario para comprar una precaria casa en los límites de Olavarría, donde nos instalamos con la esperanza de poder casarnos algún día.

     El día que me fui de la casa de Cecilio, mi padre me dijo que debía decirme algo. No me imaginaba qué podría ser, pero en ese momento invadió mi mente el recuerdo de mi madre agonizante, y sus últimas palabras. Había sido fiel a mi promesa.
     Mi padre me estaba esperando, así que me reuní con él afuera de la granja.
     -Debo darte algo, hija.- La comunicación con mi padre seguía tan insulsa y vacía como cuando mi madre aún estaba viva.
     -Está bien- Dije, esperando que extendiera su mano, para poder irme de allí de una vez por todas.
     Así lo hizo. Metió su mano en el bolsillo y me extendió algo brillante, de oro. El objeto me parecía muy conocido, pero no podía reconocerlo. Luego de unos segundos de mirarlo, mi padre alzó su otra mano y lo abrió. Apareció la foto de una anciana, mi abuela. Y del otro lado, un reloj.
     El reloj de Aurelio...    
     Lo tomé, sin poder articular ni siquiera una pregunta. Pero mi padre la respondió de todos modos.
     -Me lo dio tu madre, antes de morir. Me dijo que te lo dé el dia que lo necesitaras. Y hoy es ese día, creo yo. Quiero que lleves contigo una de las únicas cosas que han quedado de ella, además de su recuerdo, que te acompañará por siempre.
     Luego partí, con mi futuro esposo, a nuestro nuevo hogar, donde algún día formaríamos una familia, tendríamos hijos y seríamos felices. Dos meses después nos casamos. No fue una ceremonia demasiado elaborada o costosa, de hecho la fiesta fue en mi casa, pero al menos logramos realizar nuestro sueño de estar juntos y tener hijos. Bettina nació luego de tres años, y Ernesto cinco años después.

     Hoy, siendo una anciana escribo esto sentada en mi hogar, rodeada de los logros que tanto nos costó obtener. Sosteniendo en mi mano el paso del tiempo, y observando la foto de mi abuela mientras una lágrima se escapa de mis ojos ante la presencia de tan hermosos recuerdos, que perdurarán por siempre en mi memoria.
    Por siempre.



Fin




                                       Luis con Adelina    
Los nombres de los epígrafes no coinciden con los de la historia real , puesto que, en la ficción, Luis está representado por el personaje de Luisa.

El Ensayo

Para la realización de un ensayo, te propongo que consultes el siguiente sitio web:

http://abc.gov.ar/lainstitucion/concursoliterario/documentos/ensayo.pdf